jueves, 15 de enero de 2009

Estrenos de la semana

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W.
En W., el acercamiento biográfico de Oliver Stone a la figura del (ya casi ex) presidente George W. Bush, conviven varias películas, pero probablemente ninguna de las que el espectador que conoce la filmografía del director de JFK y Nixon espera. Si para muchos era el momento indicado para que un grupo de oportunistas se desquitara con un mandatario que termina con la popularidad por el sótano, aquí el Bush que encarna con convicción Josh Brolin no cae en la ridiculización y hasta por momentos resulta un personaje querible incluso en sus contradicciones, debilidades y limitaciones. Está claro que Stone, que por estos días coquetea con Fidel Castro y Hugo Chávez, no comparte prácticamente nada de la ideología, de la tradición y de los principios de los republicanos (y más específicamente de esa familia de políticos que son los Bush), pero cuando parece que la película va a caer en la bajada de línea burlona y aleccionadora en sintonía con el cine de Michael Moore, el director parece contenerse para concentrarse en el costado más íntimo y humano de lo que se conoce como la soledad del poder. Las poco más de dos horas de película van de manera permanente entre sus años en la Casa Blanca (con énfasis en la trastienda de cómo se armó la guerra en Irak) y los de formación: un estudiante mediocre que nunca tuvo un trabajo fijo y que siempre vivió a la sombra de su hermano Jeb y especialmente de su padre (James Cromwell). La relación de amor-odio, de competencia y al mismo tiempo humillante con su progenitor (que también fue presidente), así como la manipulación y la incomunicación entre ambos es el verdadero motor dramático del film y, claramente, su aspecto más interesante, ya que las pinceladas políticas resultan algo obvias y en muchos casos ya bastante conocidas.

¡Sí señor!
Una idea central más o menos prometedora aunque no demasiado original en realidad, remite bastante a Mentiroso, mentiroso. Termina siendo sacrificada para convertirse en una sucesión de sketches al servicio de las contorsiones burlescas de Jim Carrey. Así, la película conserva su interés y aun alguna eficacia humorística mientras mantiene la coherencia de su modesta historia (con moraleja incluida: “Atrévase a vivir la vida”), pero se dispersa, pierde el rumbo y hasta fastidia cuando se transforma en una sucesión de sketches desconectados. Una especie de “Grandes éxitos de Carrey” que, como toda colección, tiene notorios altibajos y termina resultando sólo recomendable para fanáticos del actor canadiense. Está claro que ¡Sí señor! fue pensada como un producto para satisfacer al mercado y como tal puede haber resultado todo un éxito (ya lleva 90 millones de dólares recaudados sólo en Estados Unidos), pero aquí no se trata de negocios sino de cine. Y en ese sentido, los resultados son más bien pobres.

Peligro en Bangkok
Remake de la exitosa película tailandesa Bangkok Dangerous, de 1999, esta nueva versión contiene todos los elementos para entusiasmar a los seguidores de las producciones de acción y cumple acertadamente con el propósito de entretener sin pausas. Nicolas Cage, como ese asesino que desde su soledad obedece las órdenes de sus superiores, aunque el amor y la amistad hagan tambalear su conciencia, logra una muy buena composición adecuadamente acompañado por Charlie Young. El resto del elenco no desentona con la pareja central, mientras que la fotografía, de indudable calidad, y la música, de acertados tonos, son otros muy buenos elementos que sostiene esta aventura en la que se entrelazan la permanente violencia y el amor y la amistad como en un juego en el que el protagonista participa desde su tétrico micromundo.

Peligro en la intimidad
Agnes vive en un descuidado hotel, y se gana la vida atendiendo la barra de un bar junto a su amiga. La frágil estabilidad de Agnes se ve todavía perturbada por la inesperada irrupción de un desconocido, el extraño Peter. Cuando él revela que lleva en su cuerpo una suerte de “insecto” contraído, o implantado, desde su paso por el Ejército en Medio Oriente, aquel secreto empieza a transformarse en una pesadilla compartida. El cuerpo de Peter va cubriéndose gradualmente de laceraciones y marcas e insiste en que lleva pequeños insectos debajo de la piel. Muy pronto logra convencer a Agnes de que su obsesión, lejos de ser una alucinación, es muy real.

La duda
1964, tiempo marcado por el aggiornamiento de la Iglesia Católica, las luchas por los derechos civiles y el asesinato de Kennedy. No extraña que haya en el colegio un único alumno negro y que sea al mismo tiempo víctima del prejuicio entre sus compañeros, protegido del sacerdote que lo ha designado monaguillo y motivo de las sospechas de la monja. Hay complejas motivaciones ideológicas y personales en la persecución que ésta emprende contra el cura, complicando en el asunto a una monjita joven, dócil y honesta, que vacila entre las insidias de una y los ambiguos silencios del otro. Pero el film, más que la obra de teatro de la que proviene, prefiere no ahondar en ese aspecto ni en ningún otro de los que sugiere su interrogante central. En cambio, refuerza el maniqueísmo que yacía en la base: siempre es más tranquilizadora (y más vendible) una visión simplista: el mundo dividido en buenos y malos. En ese sentido, John Patrick Shanley permite que Meryl Streep sobrecargue de detalles su interpretación hasta aproximar a su severa religiosa a un personaje de cine de terror. El director despoja al cuento de su formato teatral y mantiene la progresión dramática, aunque recurre con excesiva frecuencia a obvios simbolismos meteorológicos, sobre todo en el poco convincente final. Pero hay en su película aciertos destacables: están en el sutil manejo de ambivalencias que hace Philip Seymour Hoffman; en la descripción del clima del colegio y muy en especial en el diálogo de la superiora con la madre del chico (Viola Davis, admirable), que conserva su poderosa intensidad, alienta el debate sobre la relatividad moral y sigue siendo el momento más provocativo de la obra.
Bolt: Un perro fuera de serie
Esta producción trabajada sobre la base de la animación por computadora, logra plasmar de manera excelente un guión que contiene tanto una gran ternura como escenas de acción, situaciones humorísticas y ese sello tan personal que hace de las películas de los estudios Disney verdaderos entretenimientos para todas las edades, imaginativas anécdotas pobladas de heterogéneos personajes y de ese dulce sabor a ilusión que se necesita para vivir en felicidad. Bolt, un perro fuera de serie se convierte en un mágico y encantador viaje en busca del amor que el protagonista profesa hacia esa Penny angustiada que, minuto a minuto, espera que vuelva a sus brazos.
Juan Manuel Santoro

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