Este cuarto largometraje de Tom Mendes es un film triste y claustrofóbico, brillante en sus diálogos y en sus actuaciones, pero quizás demasiado elocuente, estático y teatral, más allá del notable trabajo de iluminación a cargo de Roger Deakins (que reemplazó durante la producción al fallecido Conrad Hall) para construir este universo lleno de cigarrillos, jazz y Martini o para concebir algunas escenas visualmente muy inspiradas como las de los ejércitos de resignados trabajadores de traje y sombrero que llegan cada mañana en tren a la Estación Central de Manhattan. A la ductilidad del dúo protagónico (DiCaprio y Winslet son capaces de transmitir sólo con sus miradas toda la vulnerabilidad, el miedo, el aburrimiento, la violencia contenida, el vacío y la angustia de sus criaturas), se le suman logrados papeles secundarios como los de una veterana agente inmobiliaria (Kathy Bates) que tiene a un hijo loco (Michael Shannon) que se caracteriza por decir las más duras verdades de la forma más cruda imaginable, o una patética pareja de amigos y vecinos (Kathryn Hahn y David Harbour). Más allá de algunas licencias dramáticas (como los hijos que desaparecen de pantalla durante todas las peleas de la pareja), de la acentuación obvia e innecesaria de ciertos detalles o de algunos regodeos visuales intrascendentes, esta película resulta un sólido melodrama, la desgarradora crónica de un sueño que se convierte en pesadilla.
Lo mejor que tiene Manejado por el sexo es Ezekiel, un agricultor amish de barba pelirroja que se ha contagiado, en su fugaz contacto con la vida urbana, el ejercicio de la ironía (la aplica casi todo el tiempo) y también ha aprendido (vaya uno a saber dónde) los secretos de la mecánica automotriz, lo que le permite ingresar en la ficción de la película cuando el protagonista y sus amigos se quedan varados entre los maizales del Medio Oeste norteamericano. Claro que Ezekiel no es el protagonista y que la película (ya lo dice el título) nada tiene que ver con el agro, ni con las comunidades religiosas ni con la reparación de automóviles, sino con el sexo, o mejor dicho, con los problemas que enfrenta un estudiante todavía virgen cuando decide dejar de serlo. Pero en medio de tanta vulgaridad típica de estudiantinas picarescas y de tanta comicidad rudimentaria Manejado por el sexo –más de baño que de alcoba–, es un verdadero descanso ese personaje pintoresco que anima con mucha gracia Seth Green y del que nunca se sabe si habla en serio o está bromeando. Todo lo demás no se aparta de la receta habitual concebida para proveer diversión fácil al público adolescente sin gastar demasiado ingenio.
Esta película, apoyada en los impecables rubros técnicos, habla de la ilusión de vivir sin convenciones a pesar de que muy pronto ese micromundo que ambos han edificado se convertirá en cenizas. La tragedia y el dolor quedarán atrás porque el amor es más fuerte que lo imaginado por ambos. El realizador dejó de lado el simple melodrama para insertar su historia en la alegría que aporta ese lazo sentimental que viven Emma y Max en las postrimerías de su existencia. Así, La suerte de Emma es un film que se inserta en la muerte pero que habla del amor a la vida. Laureada en varios festivales internacionales, esta producción contó con un elenco de notable excepción, ya que tanto Jördis Triebel como Emma y Jürgen Vogel como Max supieron otorgar el suficiente carisma para que sus personajes tuviesen la fuerza dramática que pedían sus respectivos papeles. Esta película vale por su enorme fuerza dramática y, también, por ese matiz de cotidianeidad que envuelve a la pareja central y debe verse a través de los ojos pero con el corazón puesto en la ternura de sus protagonistas.
La película, dirigida por Iain Softley, transita por los más peligrosos mundos de fantasía y recala en una serie de peligrosas aventuras hasta lograr que cada uno de sus personajes vuelva a las páginas de ese misterioso libro que tantas penurias costó a Mortimer y a Meggie. El protagonismo de ambos es por momentos alcanzado por los otros personajes –la tía Elinor, el escritor Fenogilio y los malvados Capricorn, Basta y Mortola, entre otros– que evolucionan y crecen a lo largo del relato. Rodado en bellos escenarios naturales, la película entretiene y logra destacar algunos aspectos particulares de la novela, como el entrañable personaje de la tía Elinor, un ser obsesionado por su fanatismo hacia los libros y la metáfora sobre el poder de la palabra y la capacidad convocante de la lectura en voz alta materializados dentro de la historia por Mortimer y su hija. El elenco supo conciliar lo real con lo fantástico en esta mágica aventura, y así tanto Brendan Fraser como Eliza Hope Bennett lograron dar la suficiente autenticidad para que sus papeles de padre e hija surgiesen con calidez dentro de ese clima que, por momentos, se torna sombrío. Helen Mirren, por su parte, aportó su calidad actoral a la tía Elinor. La excelente fotografía y la bella música son otros valiosos elementos de esta producción que logró transformar un libro de éxito en un válido film que no dejará indiferente al público de todas las edades.
Juan Manuel Santoro
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